miércoles, 17 de junio de 2009

Contractura en uno de los cuellos. El primero que me sirve para sostener una cabeza que a veces no es mía; el otro para recordarme que soy parte de algo todavía, de un cuerpo. No distingo bien cual es el que duele. Bebo más agua. No tengo una taza limpia para preparar café, todas tienen hongos al fondo y últimamente el sabor ha sido mas fuerte. La mente engaña, duele, llora, pide líquidos para sentirse viva. Mi mente está nublada, recuerda gritos, lloriqueos, la imagen de Daniel corriéndome encima, llamándome mamá y yo cada vez mas lejos de la cordura. No sé que me mantiene en pie, que me lleva a hablar con la gente, sonreírle con una mueca sardónica, decir algunas palabras subrayadas, como sacadas de algún salmo o una revista de mujeres.
Daniel ha venido a salvarme pero no quiero crucificarlo, mas bien me gustaría poder ser capaz de cuidarle, de bañarlo o cantarle una canción, de recordar juntos el día. Pero mi mente se va esparciendo y solo me quedan los destellos y la maldita contractura de uno de mis cuellos, no quiero escuchar nada, no quiero comer o beber. Luego me encuentro llorando. Creo que el trastorno ha vuelto y no recuerdo la sustancia que me hace falta. La imagen de Daniel como salvador de su madre hecha una madeja de tripas, hecha una mierda.

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